EL TIEMPO EN SUS MANOS (1960)/ LA MÁQUINA DEL TIEMPO (2002)
“Durante un millón de años los hombres vivieron y murieron
por sus sueños para que ustedes se dediquen a comer, nadar y bailar”
“El pasado del hombre fue una denodada lucha por sobrevivir…pero hubo momentos en el
que hubo unas pocas voces que hablaron y en esos ratos momentos hicieron la Historia…”
GEORGE/ROD TAYLOR
Unos versos de José Hierro nos abruman: “Al final, todo fue nada, aunque lo fue todo…” Probablemente se refieran a la muerte de un individuo pero perfectamente aplicable son, asimismo, a la muerte, la desintegración de la impronta humana. Aterroriza pensar que toda la obra, toda la cultura, todo el esfuerzo de todos nuestros antepasados se reduzca a polvo algún día. La desidia, la indolencia humanas tendría/tendrá para nosotros el mismo efecto que un asteroide aniquilador como el que acabó con los dinosaurios.
Los viajes en el tiempo son a los escritores de ciencia-ficción como los animales para los niños: Fascinantes en grado sumo. Cualquiera que se precie debe tener, al menos, una obra que aborde desplazamientos a través de la cuarta dimensión. Todo humano ha pensado en ello alguna vez pero esta subespecie se estruja sus meninges al respecto de forma compulsiva/obsesiva. Herbert George Wells no fue el primero, pero sí pionero en la era moderna en construir con su pluma, en 1895, una “La Máquina para explorar el tiempo” creíble para sus lectores. Con una mirada estrábica, camaleónica, si quieren, con un ojo puesto en los últimos descubrimientos en física (a cargo, entre otros, del físico holandés Hendrik A. Lorentz, Nóbel en 1902, poniendo alfombra roja a Albertito Einstein y su Teoría de la Relatividad a punto de salir del cascarón) y con otro ojo en el papel dibujó un futuro más allá del siglo 8.000; éste sería el peor de los apocalípticos posibles pues el infierno que soñó Dante es Disneyland comparado con uno en el que hayamos olvidado totalmente lo que fuimos, mientras nos comemos unos a otros.
La versión cinematográfica de su obra de 1960 (Metro Golden Mayer) comienza con un baile de diferentes tipos de relojes, en Londres, en el ocaso del siglo XIX y de la época victoriana, introduciendo la magnitud clave que será epicentro de todo el filme: El tiempo. La versión de 2002 (Warner), muy inferior (aunque injustamente tratada), también comienza con un reloj, aunque está ubicada en el Nuevo Mundo, Nueva York. Casi al comienzo las dos versiones toman senderos temporales diferentes pues, en la antigua, un resplandeciente Rod Taylor/George viaja directamente hacia el futuro, mientras en la moderna un profesor chiflado, Guy Pearce/Alexander, hacia el pasado ¿se cruzarían? Al primero le motiva el amor por la ciencia, por lo desconocido, “¿Puede el hombre cambiar las cosas que están por venir?”, se pregunta. “No me importa la época en la he nacido. Prefiero el futuro”, afirma. Para el nuevo “viajero”, enchufado pues se cartea con un agente de la oficina de Patentes de Berna, tan poco pragmático como el primero (y que también “le salva” una diligente ama de llaves), es el amor o la pérdida de éste lo que le incita a sumergirse en el pasado para intentar fútilmente cambiar su presente: No puede y con sólo dos “viajes” lo comprueba. El destino está escrito según esta versión, recogiendo la enseñanza de teología cristiana de la predestinación o, sencillamente, el principio de causalidad aristotélico (un seguro anti-paradojas). Por eso comentaba que la segunda versión está infravalorada pues explora nuevas posibilidades que se le escapan a la anterior, convirtiéndola en complementaria. En la primera, en la entrañable (no en vano todas las citas iniciales de esta crítica pertenecen a esta versión), no abordan esta deriva a pesar de que Taylor tiene “todo el tiempo del mundo”: bastante tiene con el futuro.
Respecto a la atmósfera que se respira en ambas películas es excelente, con tintes modernistas (como el invernadero/laboratorio o los propios vehículos temporales), aliñadas con bandas sonoras más que correctas. El Technicolor de la antigua hace que juegue con ventaja, al igual que por contar con el Spielberg de la época, un George Pal soberbio. Para los amantes de las anécdotas la primera versión y su director/productor, Pal, es citada explícitamente en la segunda, junto al propio autor de la obra HG Wells, Harlan Elison e Isaac Asimov y la banda sonora de Andrew Lloyd Webber, al hablar de las obras de ficción que abordaron el viaje temporal. Lo hace un “fotónico”, un bibliotecario virtual que se erige, a nuestro juicio, como hallazgo genial del remake. Salvo en películas de humor no recuerdo tal pirueta argumental en ningún film de la historia del cine. Otra curiosidad: La segunda cinta fue dirigida por Simon Wells, bisnieto del autor del libro sobre el que se basan ambas.
La “Ventana indiscreta” de Hitchcock (1954) parece presente en ambas versiones siendo sustituido el voyeur James Stewart, que contempla como evolucionan sus coetáneos por las tres dimensiones, por unos viajeros temporales que espían desde su atalaya invisible como ¿avanza? el mundo a través de la cuarta. El escaparate de la tienda de modas es el genial termómetro que mide las tendencias a lo largo de las décadas, con más énfasis en la versión de 1960: “Me pregunté hasta donde serían capaces de llegar las mujeres”. Las velas y caracoles ¡ corriendo ! (1ª), la eclosión de las flores, de la vegetación y ciclos solares (ambas), el paso de los periodos geológicos (en ambas, pero sorprendentemente resuelto en la 2ª, teniendo la DreamWorks toda la culpa) son también los indicadores del paso del tiempo, deslumbrantes para el espectador.
En ambas cintas las primeras incursiones de los viajeros temporales hacia el futuro son frustrantes, desalentadores: Guerras y destrucción, introduciendo el remake la variante más que cuestionable de la destrucción de la Luna debido a una explotación indebida…que se cae a pedazos…literalmente. Quizá el efecto análogo en la que protagoniza Rod Taylor sea la violencia tectónica desencadenada a partir de nuestros desmanes, “respondiendo a la violencia humana”. El tono prebélico quizá responda al clima posbélico y ¿prenuclear? de guerra fría en el que fue rodada. ¿El equivalente de principios del siglo XXI sería el cambio climático presuntamente originado por el hombre? Las alarmas, las sirenas, son el denominador común de todas sus incursiones al futuro: La especie humana no ha aprendido nada.
Sigamos hacia delante. Venga… ¿les parece bien el año 802.701 por la mañana? (913.812 en la segunda, ¿qué mas da? 111.111 años más que en la primera versión, otra anécdota) La apuesta de Wells es arriesgada en grado sumo y les recomiendo el editorial de Tiempos Futuros donde se detalla lo complejo que es adentrarse en un futuro tan lejano; que si le quita 800.000 años podría haber contado la misma historia, vamos. La humanidad se ha escindido en dos subespecies, eloi-mansurrones, bucólicos-y los temibles morlocks-“neandertalizados”, caníbales. Éstos, a pesar de su aparente menor inteligencia, se alimentan de los primeros sin rubor, pues como las hormigas disponen de una organización perfecta, una maquinaria bien engrasada-literalmente-mediante la cual por una puerta entran en la cinta trasportadora los que empiezan a peinar canas y por otra salen sus huesecitos. Extrapolando y siendo políticamente correcto, los morlocks y los eloi ¿serían los ricos y los pobres de nuestro tiempo? No lo sé ni me importa, la verdad.
El caso es que nuestros viajeros Taylor/Pearce averiguan que la especie humana, no sólo no ha aprendido nada, sino que ha olvidado todo lo anterior. Ni saben lo que es el fuego, ni saben leer, ni saben qué es el pasado. “¿Existe el pasado?” pregunta la ursulina Weena, la chica que bate sus pestañas frente a Rod Taylor (en el remake la cantante irlandesa Samantha Mumba es su homónima). Se encuentra a un tío que ha viajado en el tiempo más de 800.000 años y su gran preocupación es cómo llevan el pelo las mujeres de principios del siglo XX. Esto se obvia en la versión del 2002 pues un regimiento de feministas hubiera puesto el grito en el cielo, con razón. La noche es de los morlocks(1ª): Bajo una estética arquitectónica que podríamos calificar de “neo-maya”, que brota en medio de un paraje selvático, los borreguiles eloi se dejan comer hasta que el héroe de otro tiempo viene a salvarles, dentro de esos templos desde los que se accede al mundo subterráneo. Muerto el morlock se acabó la rabia, el canibalismo y la movida.
Algunas luces y algunas sombras de la segunda versión: Las sombras se centran, a nuestro juicio, en la figura de Jeremy Irons, como actor y como siempre soberbio, pero inscrito en la historia con calzador; una especie de mulo asimoviano con poderes telepáticos, telequinéticos, líder de esa colonia de morlocks, que curiosamente no leer los pensamientos de Guy Pierce destinados a escapar y acabar con él. Es cierto que si esta subespecie no tiene muchas luces alguien tiene que gobernarlos para que sometan a los eloi pero…no sé, no me convence quizás por exceso de teatralidad (no en vano fueron los orígenes del excelente actor británico sobre las tablas). Un destello en medio de esa oscuridad: “Eres el resultado inevitable de tu tragedia… y yo soy el resultado inevitable de tu raza”. Algunas sombras más que desgranaré en el párrafo siguiente, junto a las de la primera versión.
Las luces, sin duda y como ya menté anteriormente, el bibliotecario virtual “fotónico” compendio de todo el saber humano. “Con estos fragmentos he apuntalado mis ruinas” cita a P.D. James, “muy deprimente”. “Henry James…, a ver…”-busca en la “P” el holograma: “Platón, Proust Poe Pinter… Quizás…Heminway,..¡sí!… Julio Verne…” “Imagínese como sería si lo recordáramos todo: Recuerdo el último libro que recomendé: “El Ángel que nos mira” de Tomas Wolfe”. Al final de la película él es el encargado de trasmitir la cultura a esa civilización desmemoriada, comenzando por los cuentos de Twain, para los niños… Por cierto, lo más parecido en literatura a este personaje-Fotónico-, el Bertrand Russell de “Los Océanos de Ío” de nuestro articulista y redactor Voyager. Más que recomendable: Imprescindible.
Como es mi obligación debo mirar con lupa los errores a nivel tecnológico/científico de ambas películas: ¿Qué energía impele a las máquinas del tiempo a través de los siglos? ¿Electricidad? Sí parece pero, ¿a través de un generador autónomo o de la red? En la primera versión, al parecer hay un corte en 1917 en el suministro pero no resuelven como es que sigue viajando una vez nuestra civilización ha quedado atrás, reducida el polvo. Vuelve a detenerse en 1966 a sólo 6 años vista de la realización de la película: Eso en mi pueblo se llama “no mojarse” siendo los autores ultra conservadores a la hora de dibujar el futuro. Una vez Rod Taylor llega a ese futuro remoto encontramos algunos errores antropológico que no se dan en la segunda versión: El más clamoroso es que los humanos son todos rubios y muy blanquitos y, siendo los responsables de tales características genes recesivos, no es descabellado (nunca mejor dicho) pensar que todos seremos, en un futuro remoto mulatos de cabellos oscuros, según apuntan muchos estudios genéticos. Por cierto, no hay mutaciones en los eloi cuestión más discutible en virtud de lo endogámico de su sociedad y su necesidad o no de adaptarse al medio.
La cuestión lingüística clama al cielo pues, de una manera u otra, conservan “la lengua de piedra” un inglés casi perfecto esos humanos de dentro de 8.000 siglos. Bueno, entiendo que la licencia artística es la patente de corso que pudieran esgrimir sus creadores para que tengamos manga ancha al respecto: Que es una peli. Vale, aceptamos inglés como lengua vehicular entre viajeros y “aborígenes del futuro”. En cuando al “atrezzo”, los morlocks de la primera versión, salvo alguna secuencia escalofriante, tienen las manos de trapo en la que casi se les ven las costuras, tipo teleñeco: “Hoooola, soy Morlock y hoy os voy a enseñar la diferencia entre antropofagia y alta cocina.” Sin embargo y gracias a los maravillosos píxeles, los neo-morlocks sí que acojonan que no veas. Se tratan de una especie de “Bob Marleys”, con sus rastas, pero con cuerpo de culturista estreñido y rostro neandertal, ojos de reptil, que saltan como felinos, fuertes y rápidos de narices. El caso es que el conjunto es escalofriante. (Ven como todo en la 2ª no es peor que en la 1ª).
Sin embargo en la última cometen algún error, a nuestro juicio, garrafal, consecuencia de mirarse demasiado el ombligo: ¿Cómo que “Brooklin Bridge”? Mirad, tíos, que ha pasado casi un millón de años. ¿Sabéis qué quedará del puentecito de marras, de la ciudad, del país al que alude indirectamente? Mil civilizaciones más poderosas sucederán al imperio actual por lo que es ridículo pensar que algo quede en pie, piedra sobre piedra. Que las pirámides tienen sólo 4.600 años y ya están medio gastaditas. Algo ya que no tiene nombre es cuando “viaja” al año 635.427.810 por la tarde-noche y ¡cáspita! La máscara gigante sigue en pie. No coments. Por otro lado, bien es verdad que se contemplan (magistralmente en la 2ª, por cierto), el paso de los periodos y épocas geológicas pero una supuesta máquina del tiempo tendría que situarse en la órbita terrestre o en un lugar inmune a los cambios físicos que acaecieran. Bueno, no ricemos el rizo demasiado que va a dar la sensación que no disfrutamos de ambas películas, algo muy alejado de la realidad. Esto último era por fastidiar un poco. Recomiendo “El Universo en una Cáscara de Nuez” de Stephen Hawking, para quien quiera profundizar técnicamente en los viajes temporales. “Lo siento, Hawking”, esto te pasa por ser tan didáctico.
Al final de ambas versiones los eloi son liberados. ¿Quién dijo que los monos no hablaban porque si lo hicieran les obligarían a trabajar? Los eloi tienen ahora que buscarse la vida aunque, a cambio, pueden envejecer tranquilos sin estar en la sección de las carnes del menú de los morlocks; los viajeros en el tiempo que los liberaron dieron por hecho que preferirían ese cambio. Bromas aparte, y para concluir, ambas películas se ajustan-más o menos-a la novela de Wells, incidiendo ésta más en ensalzar valores, como la amistad la lealtad, el amor, y teniendo especial sensibilidad en los desequilibrios sociales-en este caso materializados en los eloi-temas que siempre le obsesionaron, así como el la dudosa supervivencia de la especie humana. La novela la escribió en sólo quince días, por encargo, y se convirtió automáticamente un hito en la historia de la literatura. Sus adaptaciones al celuloide, en especial la primera, recogen ese espíritu aventurero e inconoclasta que destilaban las páginas del libro.
¿”El Quijote”, “El amor en los tiempos del cólera” y “Cosmos”? ¿La Biblia, “Hamlet” y la serie “Fundación”? ¿La serie “En Busca del Tiempo Perdido”, “La Odisea” y “La Sombra del Viento”? ¿“Memorias de Adriano”, la serie de “El Clan de Oso Cavernario” y “Los Episodios Nacionales”? Si tuvieran que realizar un viaje en el tiempo,…¿qué tres libros se llevarían?. Uy, qué difícil.
(c), 2010 Ramón Galí. Crítica cinematográfica cedida por la revista Tiempos Futuros Future Times.
.
.
MÁS EN PINCHANDO AQUÍ
GRACIAS POR TUS COMENTARIOS